El león y su libro de cuentos

 
En la bonita jungla africana, vivía un león de larga melena que sabía jugar a muchísimas cosas. Cuando los rayos de sol iluminaban la hierba, se encontraba con sus amigos y compartían un helado gigante. Al león, la elefanta, el hipopótamo, la jirafa, el camaleón, la cebra y el mono les gustaba mucho el helado, pero lo que más les gustaba era compartirlo. Así podían hablar sobre lo emocionante que era su vida en la jungla. Algunas veces, además de planear aventuras, intentaban solucionar sus problemas. El león, que era muy alegre y bonachón, nunca parecía preocupado por nada. Se le ocurrían montones de ideas para ayudar a sus amigos, y siempre les hacía reír. Pero un día se puso tan triste que no quiso ni probar el helado.


—¿Qué te pasa? ―le preguntó la elefanta.
—Si os lo cuento, dejaréis de ser mis amigos ―respondió el león apenado.
—No te preocupes ―le dijo el camaleón―. Siempre seremos amigos.
—Tú siempre nos ayudas a todos ―le dijo la jirafa dándole un beso.
—Es verdad ―dijo el hipopótamo―. Eres el mejor solucionando problemas.
—Cuéntanos qué te pasa ―le dijo la cebra―. Yo te quiero ayudar.
—Todos queremos ayudarte ―le dijo el mono abrazándose a su melena.

 

El león estaba muy preocupado, pensaba que sus amigos iban a enfadarse con él. Pero tarde o temprano tendría que contarles por qué se había puesto tan triste.


—Ayer, después de pasarme la tarde corriendo, me senté en la orilla del río para leer el libro de cuentos que vosotros me regalasteis. Estaba tan cansado que me quedé dormido leyendo. Cuando me desperté me di cuenta de que no tenía el libro en las manos. Mientras dormía, se me cayó… y aterrizó en el fondo del río.
—¡Menudo susto me has dado! ―le reprochó la elefanta―. No tienes que estar triste por eso. Entre todos, sacaremos el libro del río.
—No serviría de nada ―le dijo el león―. Las hojas están mojadas y el libro se ha estropeado. Jamás podré volver a leerlo.
—Has leído ese libro millones de veces, seguro que te lo sabes ya de memoria ―le dijo el mono dándole un golpecito en la frente.
—Pero era un regalo especial ―dijo el león sollozando―. ¡Y por mi culpa se ha roto!
—Las cosas se rompen ―dijo el hipopótamo encogiendo los hombros.
—Y no ha sido tu culpa ―añadió la jirafa―. Estabas cansado y te quedaste dormido.
—No vamos a enfadarnos contigo ―le dijo la cebra acariciando su panza―. Además, siempre que quieras podrás leer el libro de cuentos.
—Pero… ¿cómo lo haré? ―le preguntó el león sorprendido.
—Solo tienes que recordar esos cuentos, y será como volver a leerlos.


El león se quedó más tranquilo. Sus amigos comprendían por qué estaba tan triste. Pero no dejaba de pensar en el libro. ¡Qué pena que estuviera en el fondo del río! Entonces, el camaleón, que cambiaba de color cuando deseaba hacer algo con todas sus fuerzas, se puso muy rojo y le dijo:


—Podemos escribir otro libro. Nuestro propio libro de cuentos.
—¡Qué idea más buena! ―se entusiasmó la elefanta―. ¡Yo contaré el primer cuento! Recuerdo que hace unos años tenía vergüenza de mis orejas. Algunos animales se burlaban de mí porque eran muy grandes. Pero el león me dijo que también tenía la trompa muy larga y, gracias a ella, podía beber, comer, oler y bañarme. Me hizo mucha ilusión descubrir que eso no era un problema. Y ahora ya no siento vergüenza.
—¡Yo quiero contar otro cuento! ―dijo el hipopótamo dando un saltito―. A mí me daba miedo meterme en el agua. Pensaba que me pasaría algo malo porque nunca lo había intentado. Pero el león me ayudó a sumergirme en el río y descubrí lo divertido que era. Ahora me encanta nadar. Podría pasarme mil horas jugando dentro del agua.
—Pues yo pensaba que mi cuello solo podía darme la lata ―empezó a contar la jirafa―. Es tan largo que necesito doblar las patas cada vez que quiero beber. Pero el león me demostró que era una ventaja tener un cuello tan largo. Gracias a él puedo llegar a las ramas más altas, donde hay un montón de frutas riquísimas.
—A mí nunca me ha dado la lata mi cuello ―dijo el mono columpiándose en la rama de un árbol―, pero siempre me dio mucha rabia que me dijeran que no tenía razón. El león me hizo entender que cada cual puede pensar de una manera distinta. Y ahora sé que puedo aprender muchas cosas escuchando lo que piensan los otros.
—Escuchar a los demás está muy bien ―añadió la cebra al cuento del mono―. Aunque yo siempre escuchaba a los otros y no era capaz de expresarme. Vosotros sois de tantos colores… y yo solo tengo rayas blancas y negras. Menos mal que el león me enseñó que mis rayas son especiales y todos somos igual de importantes.
—Pues yo no sabía lo que era tener un amigo ―dijo el camaleón rascándose el pecho―. Antes de conocer al león, estaba todo el día acurrucado en las ramas. Me sentía muy aburrido y muy solo, pero él me invitó a sentarme en la hierba. Desde entonces me siento feliz porque puedo estar con vosotros.


A la memoria del león acudieron recuerdos hermosos, y no pudo aguantarse la risa. Si sus amigos recordaban todo lo que habían vivido a su lado, él recordaría aquel libro que estaba en el fondo del río. Ahora tenía otro libro. Ya solo le faltaba escribir el último cuento. ¡Y compartir con sus amigos un helado gigante!

 

* Finalista en el XXI Concurso de Cuentos Infantiles Sin Fronteras de Otxarkoaga de Colectivo Txirula Kultur Taldea

Escribir comentario

Comentarios: 0
Instagram Lupe Redón. Escritora y correctora de textos.
Facebook Lupe Redón. Escritora y correctora de textos.
Linkedin Lupe Redón. Escritora y correctora de textos.
Twitter Lupe Redón. Escritora y correctora de textos.