Alejo vive a este lado de las vías del tren, siguiendo la carretera hacia el mar, y vamos a verlo todas las tardes; cuando salgo a pasear con Balbina. Su casa huele a una mezcla de meado y naranjos, tubos de escape y amapolas suicidas, pero no renegamos de olores que huelen a vivo. Intentamos disfrutar del paisaje. Huertos abandonados y caserones en ruinas que dejaron sus puertas abiertas a un tiempo pasado. Muros repletos de falos; grafitis rosados que ya no hacen sonrojarse a Balbina. El otro día me dijo: «A tu nieto deben de hacerle gracia estas vistas». Y yo no pude negarlo: «Siempre le han gustado los trenes». Después nos quedamos mirando el vaivén de los coches y nos sentimos demasiado observados. Es una pena que la casa de Alejo no tenga paredes. Balbina pensó en voz alta: «Si por lo menos no estuviera tan pegado a la carretera». Quitó las flores secas de la cuneta y hurgó con los dedos la tierra. Entonces supe lo que iba a decirme: «Valeriano, mañana le traemos un ramo de lirios».
* Finalista en el IX Certamen de Microrrelatos de Temática Social «Javier Tomeo» de Asociación Literaria y Artística Poiesis, y colaboración en el n.º 99 de la revista Compromiso y Cultura
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