Nico sabía lo que tenía que hacer; aguardar en la silla como si fuera invisible. Prohibido gritar su nombre y echarse a sus brazos. Limitarse al amor visual. Yo, en cambio, no supe cómo contarle por qué papá estaba allí. Solo podía implorar que su sangre volviera a ser límpida y que su olor perdurara. Ya no importaba que toda la sala de espera fijara los ojos en su padre esposado.
* Seleccionada en el V Concurso de Microrrelatos de ACEN Editorial
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